Uno de los conceptos fundamentales en la teoría política contemporánea lo constituye el de ciudadanía. El desarrollo de la democracia y los desafíos que implica motivaron la revitalización de esa noción, con una vertiente que se orienta al replanteamiento del concepto de ciudadano como un elemento esencial en las relaciones democráticas, que impone reflexionar sobre las características con las que el ciudadano debe contar para estar a la altura de los cambios sociales en los sistemas democráticos.

El ciudadano es una categoría con significaciones antropológicas, éticas y políticas, pero también un principio activo de acción y de transformación social, expuesto a los desafíos de una economía capitalista mundial con sus distorsiones y crisis crónica, a la proliferación del crimen organizado, los problemas medioambientales, las desigualdades socioeconómicas, la intensificación y manipulación de las comunicaciones, la explosión demográfica y creciente demanda de una ciudadanía social.

En cuanto agente, el ciudadano es responsable de la sociedad de la que forma parte y del curso de los cambios políticos. La configuración y el desarrollo de la democracia dependen de la calidad y de las cualidades de los ciudadanos. Las instituciones de los Estados democráticos son, en un último término, producto y proyección de sus gobernados. A ellos se dirigen y de ellos dependen. Los trabajos que integran esta revista estudian esas dos vertientes desde posiciones y autores diversos dentro del panorama contemporáneo.